Permiso para doler
Todo en la naturaleza tiene un ritmo, es parte del diseño y el tiempo que toman los procesos no es capricho, es funcional. Esta entrada, por ejemplo, la empecé a escribir en mayo, e iniciaba así:
Hace unas semanas vengo asimilando la muerte repentina de un amigo. Hoy me escuché -durante una llamada con mi papá- decir: “Estoy bien. Sí, estoy bien pero tengo como cansancio, pero tengo una energía linda, pero poquita, estoy comiendo bien pero no tengo ganas de hacer mucho”.
Luego colgué, entré al baño, me miré en el espejo: “ah, estoy triste, lo que tengo es tristeza”.
Ahí estaban reflejados unos ojos apagados que me miraba de vuelta y que no entendían mucho, empezaron los hilos a correr por mis mejillas, se me doblaron las rodillas y me quedé en cuclillas, sintiendo al vacío apoderarse.
Al mes, murió Luna, mi perra.
Y escuchaba alrededor montones de muertes de personas conocidas. Por supuesto, no pude escribir nada más sobre “doler” por meses, todo me parecía escueto, seco y hasta poco humano.
Busqué el significado de la palabra textual a ver si retomaba:
Doler.
Del lat. dolēre.
Conjug. c. mover.
1. intr. Dicho de una parte del cuerpo: Padecer dolor, mediante causa interior o exterior. Doler la cabeza, los ojos, las manos.
2. intr. Dicho de una cosa: Causar pesar o aversión. Le dolió la incomprensión de la gente.
3. prnl. Arrepentirse de haber hecho algo y tomar pesar de ello.
4. prnl. Dicho de una persona: Sentir pesar de no poder hacer lo que quisiera, o de un defecto natural, aunque no sea por culpa suya ni esté en su mano remediarlo.
5. prnl. Compadecerse del mal que alguien padece.
6. prnl. Quejarse y explicar el dolor.
Juro que ya sé -experiencial y cognitivamente- que la muerte trae desgarro, enojo, tristeza, recuerdos, preguntas existenciales, un montón de lágrimas y también, extrañamente, alguna risa seguida de más lagrimas. Es decir, conozco que la vida duele y es bastante sensato no querer sentir dolor, sin embargo, el dolor es necesario, honra la perdida y nos actualiza al presente.
“Doler es parte de sanar”
Mirarme a los ojos caló más profundo que el “tengo poca energía” que le comenté a mi papá, fue un: “me está doliendo”.
Sobre las sensaciones humanas tenemos muchos prejuicios que las categorizan en buenas, malas, lindas, feas, etc. y conforme las juzgamos realizamos un plan para evitarlas, controlarlas, distraerlas, justificarlas, burlarlas, entre otras. Mi sensación con las redes sociales y hiperconectividad digital es que queremos -me incluyo- pasar rápido a la siguiente fase donde “nos sentiremos con mayor comodidad y plenitud”; esta sensación proviene de que usualmente lo que se ve en un vídeo de 15 segundos, en un post pensado es un resultado o la conclusión del proceso pero no el durante. Aquí voy de nuevo, desde un lugar/tiempo menos doloroso. Continúo este artículo con la intención de que podamos tener en cuenta algunas consideraciones para: primero, no atropellar nuestro dolor, ni el de otros seres vivos, y segundo ser más justxs con la experiencia de doler, ya que como existen situaciones para las que no tenemos solución inmediata, o solución en absoluto, más vale acompañarnos compasivamente, mientras podemos volvemos a respirar.
¿Cómo darle permiso al dolor?
1. Tener en cuenta su contexto.
Absolutamente nada existe en el vacío. Abrir la mirada para integrar el lugar, el tiempo, la historia, las herramientas con las que contamos no solo es justo, sino objetivo y coherente. La misma situación puede causar experiencias opuestas en diferentes personas, y diferentes personas pueden solucionar de variadas formas la misma situación.
La consideración por el contexto no solo permite rehumanizar el proceso sino acomparlo(nos) dignamente.
2. Darle tiempo y espacio suficiente.
Para este punto me gustaría invitarles a imaginar la construcción de un espacio seguro para que el dolor sea. Un espacio cuidado, libre de juicios, de búsqueda de soluciones, comparaciones, conductas de retroflexión (poner la energía sobre nosotras mismas), hábitos que deterioran golpean nuestra salud y que terminan lastimándonos, duplicando el trabajo de nuestro organismo.
Es necesario que hagamos un espacio consciente para poder escucharnos, considero que desde este lugar empieza la sanación. Podemos practicar la expresión libre en escritura, hacer catarsis, pueden ser movimientos de nuestro cuerpo, como nos manifieste la creatividad. Es este un gran lugar para contar una red de apoyo, la verdad es que nos necesitamos.
Va a tomar el tiempo que va a tomar, y también influye lo que hagamos en ese tiempo.
Como una amiga archi-honesta que, amorosamente, nos plantea su percepción y nos obliga a revisar la nuestra. La función del dolor es acomodarnos, ayudándonos a encajar el antes con el ahora. Varias etapas se han descrito en el proceso del duelo, ninguna se presenta en un orden particular, van y vienen moviéndonos hacía la aceptación.
4. Liberarlo de culpa.
Lo volvemos más pesado aun cuando caemos en la totalización o polarización de la vida, que nos lleva a pensamientos erróneos, que pueden sonar así: “si esto acaba, TODO acaba”, y lo recargamos con otras condiciones de nuestra vida. Observar las otras dimensiones de nuestra vida como bastones mientras nos vamos recuperando: dormir, alimentarnos a consciencia, movernos, tener una red de apoyo, algo que nos divierta son algunas de las pinzas que nos ayudan a sostener y cuidar a nuestro organismo sintiente.
La culpa usualmente aparece cuando comparamos lo que sentimos con “lo que deberíamos sentir”, invadimos el dolor de introyectos: “no debería”, “tendría que ser fuerte”, “no me puedo mostrar débil”, “no puedo sentir esto porque hay situaciones peores” y finalmente nos invalidamos desconectándonos de la experiencia de transitar la demanda emocional y añadiéndole un sentimiento inútil: la culpa. Eventualmente, vamos a empezar a tener en cuenta la responsabilidad, entendiéndola así: “cómo elijo responder a esta situación”, y movernos de la culpa paralizante a la responsabilidad más activa donde empezamos a cuidar de nuevo de nosotras mismas, y de las demás personas.
5. Intentar sacarle la enseñanza.
Esta me parece muy disparatada -sí, es un juicio-. Cuando buscamos una lección antes del proceso subestimamos la experiencia e intentamos tapar o justificar la razón de ser con una lección. La vida es un gran misterio que no tenemos que resolver, solo vivir. Luego, adelante -más adelante de lo que estás pensando- un día inesperado, cuando seguimos viviendo conectamos algunos puntos y podemos percatarnos que aquella perdida, reto o despedida nos invitó -por no decir obligó- a hacer algo diferente, a lidiar con nuestra frustración y en últimas a madurar emocional, existencial y espiritualmente.
De nuevo te pido, no intentés buscar la lección antes de la experiencia.
En resumidas cuentas, supongo que lo que estoy intentando expresar, es que el dolor duele más cuando lo intentamos enjaular, ocultar, saltar o castigar. Necesitamos dejar el dolor haga su trabajo para que no se convierta en sufrimiento, dejarlo atravesarnos, recorrernos, aplastarnos, limpiarnos y finalmente regularnos.
He escuchado -y probado tantas formas de evitarlo- que finalmente no atendemos lo que nos está aconsejando. A mí, particularmente, me sirve rendirme ante este, dejar de intentar boxearlo como si fuéramos contrincantes, y dejar que la misma fuerza del dolor me vuelva a parar.
Dos últimas preguntas por si estás siendo atravesada en este momento:
- ¿Qué podrías hacer para no empeorar el dolor?
- ¿Qué te acercaría de nuevo al amor?
Written by: Verónica Reyes
v@copia.veronicareyes.co
Soy psicóloga y psicoterapeuta Gestalt. Te quiero ofrecer una invitación a desenvolver, explorar y expandir.
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