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InvitadxsLa sabiduría del trauma

Nuestra invitada: Alejandra Quintero Rendón y equipo de El Diván Rojo.

 

Psicóloga certificada en EMDR® y educadora sexual

Directora de El Diván Rojo

Instagram: @eldivanrojo

Email: alejandraquintero@eldivanrojo.com 

 

 

 

“Dad palabra al dolor: el dolor que no habla gime en el corazón hasta que lo rompe”.

William Shakespeare, Macbeth

 

 

¿Te has preguntado alguna vez, por qué sientes un nudo en tu garganta? ¿Por qué  tus ojos se vuelven lluvia? ¿Por qué sientes una tempestad en medio del pecho? ¿Por qué pareciera que tuvieras huracanes en tu estómago? ¿Por qué no eres capaz de mirarte al espejo como antes? A lo mejor te preguntas una y otra vez ¿Qué es lo que anda roto? ¿Qué ha cambiado en la mirada de quien mira a través del espejo?

 

Te levantas un día cualquiera y no te das cuenta que eres un cuerpo maravilloso habitando un pedacito del mundo que se construye todos los días con historias llenas de palabras y gestos, con memorias cubiertas de olores y sabores, con deseos tejidos de esperanzas, con miedos envueltos en una manta de apego, con toda la vida por delante esperando ser narrada por su propia protagonista. 

 

Seguramente, también te has preguntado ¿Qué es el dolor? ¿Cómo darle la palabra para que nos cuente qué es lo que tiene por decir? ¿Cómo hablar con el dolor si cuando le miramos fijo a los ojos, se inunda el pecho y se siente ahogo en la garganta? ¿Cómo se pegan los pedazos rotos de un corazón que se ha quebrado en el tiempo?

 

A veces es posible sentir a nuestras espaldas el peso del pasado, de los “ si hubiera hecho tal cosa o la otra”, de una decisión no tomada, del camino recorrido, de la palabra mal dicha, de la reacción desbordante, del silencio aturdidor. A veces también, es posible sentir que la boca se queda inmóvil: no salen las palabras, es como si se quedaran suspendidas en un espacio de tiempo y se congelaran justo antes de crearlas. En este sentido, el dolor que no encuentra palabras para ser expresado asfixia al corazón, lo ahoga, envuelve y aprieta.

 

A veces sentimos que en las noches, el sueño no es reparador, por el contrario solo destroza, aterroriza, dispara la ansiedad, anula la posibilidad de descanso. El sueño aquí, no te permite abrazar la tranquilidad y, de esta manera, las pesadillas se acomodan en las almohadas cálidas y van descargando, muy despacio, su pesada carga emocional en nuestra cabeza. No consigues dormir. Sientes que el descanso es algo ajeno y lejano y la única manera de encontrarte a salvo en los brazos de Morfeo, es cuando los calmantes y ansiolíticos recetados, pueden acercarse al sueño profundo. Somos nuestros dolores, los silencios guardados a destiempo, todo lo que hacemos para no dolernos más, para curarnos la herida que aún nos sangra, para encontrar alivio, para encontrar en medio de las sábanas, el abrigo que nos permita abrazar la calma y la esperanza de amanecer convencidas de la fuerza que aún nos queda para seguir conectadas al mundo de una manera menos angustiante.

 

Los dolores aquí descritos con tanto detalle, son dolores causados por heridas emocionales que aún quedan, que aún no han cicatrizado. Son heridas que se quedan en el tiempo y a pesar de él. Son heridas que dolieron cuando las causaron, y que siguen doliendo como si al recordarlas nuestro cuerpo volviera a vivirlas. Una herida que parece eterna. Una herida que parece una marca imborrable. Una herida sin puntos ni suturas. Una herida que no encontramos la manera de cerrarla, a pesar que nuestro deseo sea hacerlo. A pesar que tengamos en nuestras manos el hilo y la entereza para curarnos. 

 

Todo lo que sentimos, pensamos, recordamos, todo lo que trae consigo un dolor, -en psicología síntomas o manifestaciones-, es lo que conocemos como Trauma, y su legado permanece en nuestro presente a través de la depresión, irritabilidad, insomnio, adicciones, ansiedad, pérdida del sentido del futuro, enfermedades psicosomáticas, pocos o ningún recuerdo de lo sucedido, sensación profunda de vergüenza e inutilidad, hipervigilancia, baja autoestima, desconfianza, disociación, ataques de pánico, dolor crónico, trastornos alimentarios, conductas autodestructivas, ideas suicidas entre otros problemas de salud física y mental. 

 

Ahora bien, la vivencia de la herida y el registro del dolor, hace parte de procesos internos que nos permitieron, sobrevivirles, y sus manifestaciones en el presente es lo que se conoce como el legado vivo del trauma, es decir, el trauma se hace verbo que se conjuga en presente simple y continuo, se vive como constante; una pregunta que nos sugiere Janina Fisher (2023), psicoterapeuta estadounidense, es (https://janinafisher.com/) “¿Cómo cambian tus sentimientos sobre ti mismo cuando ves que todos estos problemas o síntomas son parte del legado vivo del trauma?” 

 

El cuerpo y el corazón, intentan a fuerza de sobrevivir y sobreponerse a las adversidades, emprender acciones para su protección y seguridad: ¿Cómo nos ayudaron estos síntomas a sobrevivir? ¿Cómo nos protegieron de lo que estábamos viviendo? ¿Cómo nos protegieron del dolor? Intentemos hallar las pistas necesarias para acercarnos a las posibles respuestas, date tiempo. Respiremos. Tomemos nota de todo lo que logramos registrar como conclusiones preliminares a las preguntas anteriores. Hasta aquí, ¿Te has dado cuenta de algo? ¿Ha cambiado algo?¿Puedes acercarte con curiosidad a tus heridas y maneras en que estan protegidas?

 

Ahora sigamos. 

 

El dolor que nos disocia, que nos hace vivir en automático y desesperanzad@s hacia el futuro, está allí para ser mirado, para lograr ver en dónde está doliendo, qué nos está doliendo y orientarnos con su sabiduría, a su misma cura. 

 

Ese dolor está ahí para decirnos: Algo te hirió, algo te rompió y en algunos casos, algo intentó matarte. Y no obstante, nos dice con compasión absoluta: Mírame. Sáname. Intégrame a tu cuerpo. Recuérdame de otra manera. ¡Si! La función del dolor es alertarnos de lo que nos duele, de lo que nos daña, de los nos hiere, de lo que nos puede matar. El dolor nos da mucha información de nosotr@s mism@s. Por eso, muchas veces, ni lo queremos ver a los ojos, porque sería desnudarnos ante nuestra propia humanidad y levedad. Habla con el dolor sin juzgarlo, sin racionalizarlo, conectemos con él desde nuestro Yo Observador y escuchémoslo con respeto, amabilidad y compasión, de esta manera nos permitirá reconocerlo como algo que nos advierte y nos ha advertido sobre aquello que nos hace mal y dejaremos de evitarlo. Nos podremos acercar a nuestros dolores desde la seguridad del presente y la sabiduría de la curiosidad y la observación.

 

Repite conmigo: ¡Hay en mí una gran fuerza que me permite reconocer lo que me hace mal! ¡Hay en mi un algo que funciona como un sistema de comunicaciones, que me habla y me impulsa a buscar caminos para salvarme incluso de mi mism@! Esta buena intención que empezamos a advertir en ese dolor cuando nos acercamos a él de forma compasiva, será uno de los primeros pasos para ir integrando nuestros traumas o heridas emocionales.

 

Recuerda que para acercarnos al dolor, para comprenderlo, nombrarlo, para entender su mensaje que nos advierte de lo que nos está rompiendo, debemos decidir escucharlo, hablar con él, mirarlo y mirarnos con ojos compasivos, como camino primero para ir integrando nuestros traumas y heridas emocionales. La compasión nos pone de frente a reconocer nuestra propia vulnerabilidad, nos acerca al trauma de manera segura, porque en ella encontramos una fuerza invencible que nos comienza a transformar el camino de clavos y puntillas, en caminos más bondadosos para nuestros pies descalzos y cansados.

 

El rechazo al sufrimiento es una forma de sobrevivencia de los seres vivos, evolucionamos en parte por evadir y escapar del dolor. Sin embargo, ¿qué pasa si seguimos por un largo periodo de nuestra vida evadiendo el dolor de nuestros traumas? ¿Acaso me deja de doler menos una situación que me pasó por dejar de pensar en ello? Y a pesar de que es innato evitar el dolor, el trauma nos puede familiarizar el dolor, abrazarlo más de la cuenta e identificarnos con él, hasta el punto que podemos decir: ¿Quién soy yo sin dolor? ¿Quién soy yo si dejo de ser víctima? ¿Quién soy yo estando tranquila?

 

Pasar de la evitación, la represión de emociones y recuerdos dolorosos a la mirada amable y compasiva de los mismos, es uno de los primeros pasos para transformar las heridas en cicatrices, lo roto en tejido, el asfalto en un jardín de flores amarillas. El dolor y el sufrimiento están implícitos a la Vida misma, todo ser vivo está expuesto a estrés y a eventos adversos de la misma manera que está expuesto a eventos que generan satisfacción, confort y bienestar, en palabras de Victor Frankl (2022), “si hay un sentido en la vida, entonces debe haber un sentido de sufrimiento. La experiencia indica que el sufrimiento es parte sustancial de la vida, como el destino y la muerte. Sin ellos, la existencia quedaría incompleta” (p. 96), por tanto, el sufrimiento, el amor, las heridas, las despedidas, las crisis, los abrazos, los recuerdos, las muertes pequeñas y la gran muerte, hace parte de la vida y van dando forma a nuestra propia existencia. 

 

En la entereza y propia vulnerabilidad de mi afrontarlos y asumirlos, está la diferencia, cualquier vida que por azar nos haya tocado y por libertad hayamos decidido, dice el psicólogo austriaco, sobreviviente a un campo de concentración“ (…) sólo admite una única capacidad de respuesta:  la actitud de mantenerse erguido ante su inexorable destino” (p. 96). 

 

El trauma se produce cuando una persona experimenta un evento o una serie de eventos abrumadores que superan su capacidad de integración y regulación de su sistema nervioso, en palabras de Bessel Van Der Kolk,  “Los traumas nos suceden a nosotros. Como seres humanos somos una especie sumamente resiliente. Pero las experiencias traumáticas dejan huella en nuestra mente y en nuestras emociones, en nuestra capacidad de disfrutar y mantener relaciones íntimas, e incluso en nuestra biología y nuestro sistema inmunológico“. 

 

¿Cómo podemos empezar a acercarnos a nuestras heridas?

  • Procuremos estar en un entorno seguro. Tengamos experiencias y sensaciones de seguridad, protección y tranquilidad en nuestro cuerpo. Encontremos el modo de estar tranquil@s y centrad@s.
  • Aprendamos a distinguir nuestros disparadores del presente con conciencia de lo que estan activando de nuestro pasado. 
  • Conectemos con amistades o familiares que sean una real red de apoyo.
  • Permitamos a nuestro cuerpo moverse, bailar, caminar, saltar o hacer alguna práctica deportiva ayuda enormemente. Una opción muy interesante es el yoga sensible al trauma. 
  • Ampliemos nuestra ventana de tolerancia emocional, aprendamos a disfrutar las emociones que se sientes agradables y aprendamos a estar presente con las desagradables.
  • No es necesario hablar y hablar sobre lo que nos pasó para poderlo sanar. Es importante que cuando pienses en aquello que te pasó, puedas ser muy consciente de tu presente. Desde el presente podemos acceder al pasado de forma segura y cuidadosa. 
  • Busquemos ayuda profesional. No todos los traumas sanan por sí solos. Muchos requieren de una buena relación terapéutica y de la aplicación de ciertas técnicas para poder ser sanados.
  • Haz conciencia de los recursos que tienes, de tus habilidades y cualidades personales, nota los lugares y personas vitamina para tí y recurre a tus recursos con frecuencia.
  • Haz una lista de tus mejores recuerdos, aquellos que te den sensación de tranquilidad, calma, seguridad, protección.
  • Pide ayuda. Al principio puede ser difícil expresarlo pero es fundamental. Solos no podemos lidiar con el dolor. Solos no salimos de nuestros traumas. “Hace falta uno para estar solo en la oscuridad. Hacen falta dos para permitir que la luz traspase” Canción Motown
  • Fortaleciendo las cualidades de nuestro Yo profundo o de nuestro Self: Curiosidad, compasión, calma, claridad, creatividad, coraje, confianza, conexión.

 

Cuando empezamos a acercarnos a nuestros traumas con compasión, con cuidado de nosotros mismos, ejercitando nuestro sistema nervioso y nervio vago, cuando podemos ubicarnos en la seguridad del presente para poder observar sin juzgar nuestro pasado, podemos empezar el proceso de cicatrización de las heridas. Cuando sanamos una herida conectamos espontáneamente con la fortaleza interior que reside en nosotros, en el Self. Sanar un trauma es ganar fortaleza para enfrentar el siguiente. Cuando sanamos un trauma atravesando el dolor de manera segura y de la mano de la relación terapéutica, ganamos resiliencia para enfrentar a los demás. Cuando sanamos trauma empezamos a conectar con nuestra autenticidad, se difuminan nuestras máscaras de protección, se suavizan nuestros síntomas, empezamos a conectar con nosotros mismos y con los los demás, podemos sentir nuestro cuerpo y podemos tolerar sus sensaciones agradables o desagradables, empezamos a Ser sin miedos, podemos Ser y dejar Ser. 

 

El camino de la sanación del trauma nos acerca a nuestro yo profundo desde la sabiduría innata de nuestro cuerpo, nos activa nuestro mecanismo innato de homeostasis y sanación de cada una de nuestras partículas psíquicas y físicas. La sabiduría del trauma es aquella que se esconde en nuestras sombras, es el aprendizaje oculto que extraemos al tocar nuestros dolores con compasión y curiosidad. La sabiduría del trauma es lo que me permite humanizarme, es la que me permite reconocer y aceptar la fortaleza que reside en mi vulnerabilidad. La sabiduría del trauma es la que marca el camino hacia mi autorrealización y potencial humano. 

 

Cuando trabajamos con trauma estamos ayudando a las personas a encontrar su camino de regreso así mismas” Janina Fisher

 

 

 

Bibliografía:

  • Van Der Kolk, B. (2020) El cuerpo lleva la cuenta, cerebro, mente y cuerpo en la superación del trauma. Eleftheria.
  • Shapiro, F. (2019). EMDR Principios básicos, protocolos y procedimientos. EMDR Biblioteca. 
  • Frankl, V. (2022). El hombre en busca de sentido. Herder. 
  • Fisher, J. (2023). La transformación del legado vivo del trauma.
  • Sweeton, J. (2019). Tratar el trauma. Sirio.
  • Richard C. Schwartz. (2021). No hay partes malas. Eleftheria.

 

 

Written by:

Soy psicóloga y psicoterapeuta Gestalt. Te quiero ofrecer una invitación a desenvolver, explorar y expandir.

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